domingo, 15 de marzo de 2009

Bello Silencio

Estimado lector, si es que existe alguno, espero que no resulte tan extraño y perturbador para usted como lo ha sido para mí el iniciar alguna de estas confesiones misantrópicas – que simplemente tratan de exponer las úlceras y cicatrices morales del conjunto humano que me he dedicado a observar con el paso de mis años – con una cita a otro autor; mas es claro que si recurro a esta licencia artística es debido a las limitaciones que encuentro en mi pensamiento y a la ausencia de un vocabulario suficiente para empezar de otra manera.

Las horas siguientes a la medianoche y previas al amanecer nunca han sido indiferentes para mi, puesto que ellas han sido fieles a mi meditabundo y errante ser. Gracias a las ideas que desarrollo y profundizo mientras los seres de dios (también los del diablo) duermen y descansan he conquistado cimas metafísicas que se encuentran prohibidas para algunos; y son éstas las que me han permitido desplazar la duda y obrar con firmeza.

De esta manera discurría en la afirmación hecha por Coleridge en mil novecientos diecisiete, cuando aseveró que hay quienes nacemos aristotélicos y quienes nacen platonianos. A partir de esta diferencia fundamental en el origen del pensamiento podemos concluir que aquellos que somos materialistas nos dedicamos a divagar en cuestiones de un tinte más filosófico y trascendental que aquellos dualistas que llevan una vida llena de magia y engaños y transcurren en la búsqueda de una tierra estival para un alma que no es más que un invento yoico.

Fue una de aquellas personas dualistas la que me refirió en horas de la mañana del día anterior una de las tantas historias que transitan en las galerías de los sanatorios que fueron alguna vez administrados por la curia. Sabiendo con anterioridad que pasaría por primera vez la noche en aquel lugar intentó impresionarme con historias que había escuchado previamente refiriéndose a otros lugares: el incendio de un inexistente pabellón pediátrico, la sombra de un hombre que murió asfixiado, y la más famosa de todas, la presencia de una novicia que sin pies o acéfala (dependiendo la versión) se aparece para recordarte la hora de tu muerte. No es difícil predecir cual sería mi reacción con ese peculiar personaje.

El camino que siguieron mis pensamientos me llevó a recordar aquel acontecimiento mientras me encontraba observando detalladamente el color del satélite femenino; tratando de descifrar esa mezcla entre tonalidades opalinas y marfileñas ya que a diferencia de Borges encuentro seductores los diferentes matices del amarillo. Y cuando una presencia me sacó del ensimismamiento no reaccioné con sorpresa, pues ese era mi estado natural y era frecuente que fuerzas externas me incluyeran nuevamente en los límites de este mundo compartido. Como es un reflejo de mi manera de mirar primero enfoqué hacia la parte inferior de este individuo para luego con lentitud ascender hasta llegar a los ojos y detenerme unos segundos en su mirada.

Cual no sería mi sorpresa al descubrir que me encontraba frente a una religiosa cuyos pies se encontraban ausentes. A pesar de la historia que había escuchado me mantuve calmo, y sabiendo que probablemente la aparición de esta figura podría tener repercusiones a largo plazo en mi frágil estado mental, despertó en mí el interés de conocer lo que la fémina parecía tener que decirme.

En un principio mostrose seria y un poco atemorizada; confundiendo mi figura con la de algún demonio frío amigo de la muerte. Pero una vez nuestras posiciones quedaron claras, noté a la espectral figura sorprendida e inquieta por el hecho de haberme encontrado solitario y contemplativo. En principio trató de obtener una explicación de mis motivaciones para admirar con hipnotismo esas horas; mas luego pude guiar nuestra charla a su vida y obtuve el siguiente relato.

    - Aquellos eran tiempos convulsos. Los nativos habían comenzado a mostrar su desagrado por las determinaciones tomadas por los monjes principales. En el convento manteníamos a los pequeños que tomábamos para guiarlos en las creencias cristianas. Sus padres cansados de torturas y de acosos se reunieron y manifestaron los continuos irrespetos a sus creencias y a su existencia como seres sociales, sin saber leer o escribir exigieron ser tratados como más que meros animales de trabajo sometidos a la esclavitud. La congregación de San Sebastián se acercaba a su final.

    En una de esas noches frías sentí por primera vez esa comezón de los sentidos de la que había escuchado habían sufrido aquellas más cercanas al Señor, y apareció ese flujo celestial que comenzó a descender a través de mi cuerpo. Por primera vez me sentía ungida.

    En el inicio ese germen de amor cristiano me llenaba de ansiedad, y en sueños oía la voz de su Majestad suplicándome el amarlo. Los múltiples miembros móviles de mi órgano más sagrado me ayudaron a soportar el tormento de amar a quien no puede estar presente. En las tardes amamantaba a esos pobres seres que despojados de sus padres se habían quedado sin alimento. Ese amor celestial manaba de mi y eso me ayudaba a estar cercana al coro divino de los ángeles que hacían parte de la corte de nuestro señor.

    Pero el demonio hizo aparecer su sombra sobre mis sanas tendencias. Pronto no fue suficiente con el sacrificio que hacía de amar a todas las criaturas del señor y deseaba que fuera el señor mismo el que me enseñara el gozo. El crucifijo hizo las veces de mi amante en algunas ocasiones.

    Posteriormente acudí a confesarme al sentir que a pesar de los cambios no era suficiente y esa comezón aumentaba en intensidad y en episodios. El santo padre, líder de nuestra comunidad se encargó el mismo de ayudarme a exorcizar mis demonios internos. Pero todo tenía un precio y la vida sagrada comenzó a crecer en mi interior. Vida sagrada que terminó en un lago. Lago sagrado.

    ¿Cómo iba yo a saberlo?

    En el amanecer del último día de la misión, un grupo de hombres me tomaron de las manos y con golpes certeros y efímeros arrebataron mis pies de mi cuerpo y para castigarme se encerraron con los restos de aquel niño que nunca amamanté, aquel niño nacido con la circuncisión sagrada de aquel a quien en verdad amo.

Una vez finalizó su alocución advertí que esperaba una respuesta diferente a la que pude brindarle. Por lo que si decir más palabras se desvaneció en el pasillo, rodando. Yo permanecí sentado, solitario y contemplativo.