martes, 9 de junio de 2009

Absorptus

Sus besos sabían a tristeza. Pero a diferencia de la amarga tristeza a la cual estaba costumbrado esta era una tristeza dulce. Una tristeza nostálgica que tenía gusto a mango y aroma de guayaba. Me pregunté si podía ser esa la cura de la misantropía.

Me di cuenta que estaba esperando morir.

domingo, 15 de marzo de 2009

Bello Silencio

Estimado lector, si es que existe alguno, espero que no resulte tan extraño y perturbador para usted como lo ha sido para mí el iniciar alguna de estas confesiones misantrópicas – que simplemente tratan de exponer las úlceras y cicatrices morales del conjunto humano que me he dedicado a observar con el paso de mis años – con una cita a otro autor; mas es claro que si recurro a esta licencia artística es debido a las limitaciones que encuentro en mi pensamiento y a la ausencia de un vocabulario suficiente para empezar de otra manera.

Las horas siguientes a la medianoche y previas al amanecer nunca han sido indiferentes para mi, puesto que ellas han sido fieles a mi meditabundo y errante ser. Gracias a las ideas que desarrollo y profundizo mientras los seres de dios (también los del diablo) duermen y descansan he conquistado cimas metafísicas que se encuentran prohibidas para algunos; y son éstas las que me han permitido desplazar la duda y obrar con firmeza.

De esta manera discurría en la afirmación hecha por Coleridge en mil novecientos diecisiete, cuando aseveró que hay quienes nacemos aristotélicos y quienes nacen platonianos. A partir de esta diferencia fundamental en el origen del pensamiento podemos concluir que aquellos que somos materialistas nos dedicamos a divagar en cuestiones de un tinte más filosófico y trascendental que aquellos dualistas que llevan una vida llena de magia y engaños y transcurren en la búsqueda de una tierra estival para un alma que no es más que un invento yoico.

Fue una de aquellas personas dualistas la que me refirió en horas de la mañana del día anterior una de las tantas historias que transitan en las galerías de los sanatorios que fueron alguna vez administrados por la curia. Sabiendo con anterioridad que pasaría por primera vez la noche en aquel lugar intentó impresionarme con historias que había escuchado previamente refiriéndose a otros lugares: el incendio de un inexistente pabellón pediátrico, la sombra de un hombre que murió asfixiado, y la más famosa de todas, la presencia de una novicia que sin pies o acéfala (dependiendo la versión) se aparece para recordarte la hora de tu muerte. No es difícil predecir cual sería mi reacción con ese peculiar personaje.

El camino que siguieron mis pensamientos me llevó a recordar aquel acontecimiento mientras me encontraba observando detalladamente el color del satélite femenino; tratando de descifrar esa mezcla entre tonalidades opalinas y marfileñas ya que a diferencia de Borges encuentro seductores los diferentes matices del amarillo. Y cuando una presencia me sacó del ensimismamiento no reaccioné con sorpresa, pues ese era mi estado natural y era frecuente que fuerzas externas me incluyeran nuevamente en los límites de este mundo compartido. Como es un reflejo de mi manera de mirar primero enfoqué hacia la parte inferior de este individuo para luego con lentitud ascender hasta llegar a los ojos y detenerme unos segundos en su mirada.

Cual no sería mi sorpresa al descubrir que me encontraba frente a una religiosa cuyos pies se encontraban ausentes. A pesar de la historia que había escuchado me mantuve calmo, y sabiendo que probablemente la aparición de esta figura podría tener repercusiones a largo plazo en mi frágil estado mental, despertó en mí el interés de conocer lo que la fémina parecía tener que decirme.

En un principio mostrose seria y un poco atemorizada; confundiendo mi figura con la de algún demonio frío amigo de la muerte. Pero una vez nuestras posiciones quedaron claras, noté a la espectral figura sorprendida e inquieta por el hecho de haberme encontrado solitario y contemplativo. En principio trató de obtener una explicación de mis motivaciones para admirar con hipnotismo esas horas; mas luego pude guiar nuestra charla a su vida y obtuve el siguiente relato.

    - Aquellos eran tiempos convulsos. Los nativos habían comenzado a mostrar su desagrado por las determinaciones tomadas por los monjes principales. En el convento manteníamos a los pequeños que tomábamos para guiarlos en las creencias cristianas. Sus padres cansados de torturas y de acosos se reunieron y manifestaron los continuos irrespetos a sus creencias y a su existencia como seres sociales, sin saber leer o escribir exigieron ser tratados como más que meros animales de trabajo sometidos a la esclavitud. La congregación de San Sebastián se acercaba a su final.

    En una de esas noches frías sentí por primera vez esa comezón de los sentidos de la que había escuchado habían sufrido aquellas más cercanas al Señor, y apareció ese flujo celestial que comenzó a descender a través de mi cuerpo. Por primera vez me sentía ungida.

    En el inicio ese germen de amor cristiano me llenaba de ansiedad, y en sueños oía la voz de su Majestad suplicándome el amarlo. Los múltiples miembros móviles de mi órgano más sagrado me ayudaron a soportar el tormento de amar a quien no puede estar presente. En las tardes amamantaba a esos pobres seres que despojados de sus padres se habían quedado sin alimento. Ese amor celestial manaba de mi y eso me ayudaba a estar cercana al coro divino de los ángeles que hacían parte de la corte de nuestro señor.

    Pero el demonio hizo aparecer su sombra sobre mis sanas tendencias. Pronto no fue suficiente con el sacrificio que hacía de amar a todas las criaturas del señor y deseaba que fuera el señor mismo el que me enseñara el gozo. El crucifijo hizo las veces de mi amante en algunas ocasiones.

    Posteriormente acudí a confesarme al sentir que a pesar de los cambios no era suficiente y esa comezón aumentaba en intensidad y en episodios. El santo padre, líder de nuestra comunidad se encargó el mismo de ayudarme a exorcizar mis demonios internos. Pero todo tenía un precio y la vida sagrada comenzó a crecer en mi interior. Vida sagrada que terminó en un lago. Lago sagrado.

    ¿Cómo iba yo a saberlo?

    En el amanecer del último día de la misión, un grupo de hombres me tomaron de las manos y con golpes certeros y efímeros arrebataron mis pies de mi cuerpo y para castigarme se encerraron con los restos de aquel niño que nunca amamanté, aquel niño nacido con la circuncisión sagrada de aquel a quien en verdad amo.

Una vez finalizó su alocución advertí que esperaba una respuesta diferente a la que pude brindarle. Por lo que si decir más palabras se desvaneció en el pasillo, rodando. Yo permanecí sentado, solitario y contemplativo.

domingo, 25 de enero de 2009

La caja roja

Además de las incoherencias que dominan mi comportamiento de las últimas semanas, mi memoria ha sido ese héroe que rescata al necesitado. Últimamente esta ha sido la única puerta abierta en un ciclo que aún trato de entender.

Así como consta dentro de mis narraciones, mi manía por recorrer a pie esta ciudad fue mi desahogo. Muy temprano en la mañana me levanté de mi fastidiosa cama, después de pasar la noche anterior en vela tomé el rumbo del ocioso, de un lado para otro, a donde me llevaran mis pies.

Aún con el frío de la madrugada y los primeros visos de luz solar, caminé hasta llegar a un parque muy cerca de mi casa. Encontré una banquita de madera típica de los parques de esta ciudad, me senté haciendo caso omiso de que la banca estaba mojada; en ese momento lo tomé como un incentivo para que mi cuerpo se deportara del letargo del frío matutino.

Pasados unos cuantos minutos divisé a un ser de repulsivo andar y a medida que se iba acercando a mi, el olor que expelía este sujeto era más que detestable. Sus ropas eran simples harapos que a duras penas le cubrían el cuerpo del ambiente externo. Era uno de esos llamados “desechables”; aunque nunca he entendido porque los llaman así, si fueran desechables querría decir que algún día fueron útiles para algo, y que ahora no son más que basura, entonces por qué no llamarlos simplemente basura o ¿Podrían ser llamados así porque su utilidad en la sociedad actual es la de mostrarnos la alteridad de la vida? La existencia del otro me da la identidad de mi mismo, que nuestras vidas son mejor de lo que pensamos con respecto a estos seres diambulantes en toda ciudad occidental; o tal vez mostrarnos que las malas decisiones en este lado del mundo capitalista nos llevan a la indigencia, y que por consiguiente tenemos que mantener nuestros estatus de vida para no caer en ese estado. Cual fuere el caso, siempre gozo hablar con el bagazo de la sociedad y esta no fue la excepción.

Era un hombre joven de entre veinte a veinticinco años, pero la mugre y la peste que llevaba encima lo hacían ver mínimo de cuarenta. Al momento en que se acerco a mi, observé que en la esquina del parque había una clásica mujer vendetintos y toda clase de bebidas calientes para los trabajadores nocturnos que siempre llegan a ella en busca de calor en sus cuerpos. Esa fue mi excusa para invitarlo a departir conmigo un rato, lo invite a tomarse el tradicional “tintico” de la mañana; enseguida acepto y en la banquita procedí con mi interrogatorio.

- Hombre, y ¿cual es su nombre? –Pregunté
- Patrón, yo soy Dago y yo soy cualquier otro que vive en la calle, y como muchos en la espera de algo. Algunos esperan a ser rescatados, otros esperan volver a ver sus familiares, otros perdidos en las drogas esperan la muerte para salir de este hueco en el que nos hemos metido, y así…
- Y usted ¿que esta esperando Dago?
- Patrón le voy a mostrar algo, ya me cayó “todo bien”.


Enseguida, buscó dentro de su harapo que hacía de camisa y sacó una pequeña cajita roja. Una de esas cajitas que contienen dulces dentro de ella, pero que sería mas regular verla en posesión de una adolescente que en posesión de un ente como este que tenía al costado.

- Mire, esto es lo que estoy esperando –dijo con cara de satisfacción- he esperado por un largo tiempo a comerme el último dulce de esta cajita. No sé que pasará cuando lo haga, pero eso es lo que espero.
- Bonita caja –dije con cierto aire de hipocresía- ¿de quién es? ¿de dónde la sacó?
- La encontré hace un tiempo –hizo una cara de no saber ni en que día, mes o año era- en esta banca en la que estamos ahora, por eso venía yo hacia acá. Patrón, usted creyó que yo le iba a hacer algo en medio de este frió, ¿no es cierto?
- No, la verdad no, -era verdad, yo lo que quería era una historia- solo me dije a mi mismo que usted debía tener frió y me decidí a ofrecerle un café.
- Si ve, usted es “todo bien”.
- Entonces, ¿encontró la cajita aquí en medio de un parque y llena de dulces? Cuénteme eso, que no lo acabo de entender.
- Sí, así como le digo Patrón. Yo estaba pidiendo plata a las parejas que vienen a pasar el rato en este mugre parque, y cuando le pedí plata a la pareja que estaba sentada aquí, estos “pirobitos” me miraron de arriba abajo llenos de susto, por eso sin más ni más, me dieron la caja que tenía la mujer en sus manos. ¿Sabe? Es tan fácil asustar, no sé por qué la gente se asusta de mi, no tienen idea de quién soy como para que reaccionen así.
- Sí, tiene razón.
- Por eso digo que me la encontré, yo no hice nada para que llegara a mí. Es algo raro que yo tenga algo así, pero así como llego a mí sin quererla, creo que debe ser eso que llaman destino, y espero que la cajita me traiga algo en mi destino. Tengo claro que al momento de acabar con la caja algo me espere.
- ¿Algo bueno?

No me contesto, se quedo callado. Abrió la cajita y se comió el último dulce que tenía, en una forma de demostrarme en mi cara que su buen destino había llegado.

Después de pasar lo que le quedaba de dulce en su boca, lo noté raro, se quedó callado, esperando que las cosas cambiaran, se le notó en la cara un halo de tristeza y melancolía de saber que después de haber esperado tanto por un cambio significativo en su vida, todo siguiera en lo mismo. Me miró fijamente como arrepintiéndose de haberme contado su esperanza más grande de las ultimas semanas.

- ¿Sabe qué, Patrón? Le regalo la cajita, ya no la quiero. –Me dijo levantándose de la banca.
- Pero ¿qué pasó? –extendí mi mano, y la recibí.
- Ya no la quiero ni ver, gracias por el tinto –dijo yéndose. Tomó camino por medio del parque y perdiéndose detrás de la esquina de una de las casas de alrededor.

Ya con más luz en el ambiente y con el movimiento constante de personas por todo lado resolví volver a casa; ya el sueño me perseguía. Tome rumbo hacia mi casa y pasé justamente por el mismo camino que mi compañero de banca tomó al retirase hacía una hora. Cuando llegué a la esquina de la casa en donde él había virado, me encontré con un arrume de gente al lado de un cuerpo y un carro ensangrentado, era él, con el que departí un rato y un “tintico”. Sí, ese hombre en medio de la calle, botado, fue mi compañero de madrugada y de banca, había sido atropellado hacía una hora y aún estaba allí esperándome a echarme en cara su destino.