domingo, 26 de octubre de 2008

Cumbre con La Muerte


"¡Ven y devora este fantasma impío,
De pasado placer pálida sombra,
De placer por venir nublo sombrío!"
Gertrudis Gómez de Avellaneda


La ciencia exige tan solo que el pensamiento sea sistemático y comunicable. Si analizamos a fondo esa frase muy pocas cosas quedarían por fuera del alcance de la ciencia. Sin embargo debo admitir que en la situación que les relataré a continuación me encontré en el límite de la ciencia, experimentando algo que aún no soy capaz de comprender completamente. Debo contarles primero que estos meses de ausencia se deben principalmente a la necesidad del conocimiento que comencé a sentir desde aquel momento. Incluso me he alejado un poco de los círculos sociales que solía visitar, tan solo por esa vivencia aberrante que me persigue en sueños e incluso en el estado de más completa vigilia. En las pocas ocasiones que me he visto obligado a salir de mi refugio me encontré sorprendido por seres con fisionomía similar a la de Juan, llegando incluso confundir el mundo ilógico de los sueños con la realidad tangible y atroz. Yo se que los muertos no regresan, pero todo lo que acompañó aquella situación me hace dudar incluso de mi propia sanidad mental. Aún el día de hoy revivo pequeños aspectos tétricos de aquella tarde. He decidido realizar este pequeño documento para liberarme de alguna manera de los sórdidos pensamientos que me han acompañado en los últimos meses.

En toda mi vida no tendré probablemente la posibilidad de probar la hipótesis con la que me he hecho, mas es cierto también si seguimos la lógica que una vez se han descartado las opciones con mayor probabilidad la menos probable es la más cierta así esta última sea ilógica. Las bases sobre las cuales se erige mi pensamiento y mi formación me impiden admitir la existencia de algún método para conocer con precisión el momento exacto de la propia muerte, exceptuando claramente a los suicidas. Es algo que escapa a toda lógica de este mundo. Mucho menos aún el sostener la posibilidad de percibir el proceso que conlleva a la deleción final de la vida y comprenderlo.

Durante el mes de Julio me encontré visitando una pequeña ciudad costera pero con cualidades únicas, los rasgos coloniales de su arquitectura y las costumbres de su gente hacían del lugar completo un punto de observación del comportamiento humano más que interesante. Dedicaba mis tardes a observar con delicadeza y con mucha atención los rituales de apareamiento que tomaban lugar en aquella región. Me causan gracia todavía los movimientos del varón para tratar de conseguir la atención de una dama que no goza de la gracia ni de la sutileza que suelen llamar mi atención. Movimientos gruesos y miradas que buscaban llenar tan solo el cuerpo de un placer momentáneo y fugaz privándolo para siempre de algún deleite ultraterrenal.

A ese lugar llegó Juan una tarde. Fue una grata sorpresa para mi el encontrar un rostro familiar entre tantos grostescos y desconocidos personajes, lo llamé a la distancia y lo invité como dice nuestra costumbre a compartir una taza de café mientras transcurre el tiempo entre nuestras conversaciones sin sentido y sin ninguna conclusión.

Descubrí rápidamente los cambios que habían sucedido en él con el paso de los años; pasó de un ateo consumado y consumido por el hachís a un cristiano consumado y consumido por el hachís. El cambio externo de su personalidad se vio acompañado del nacimiento de un pequeño vástago y de la unión de Juan con la madre del ya nombrado. Sin embargo, en esencia seguía siendo el mismo Juan que había conocido.

Discutimos acerca de la cultura y la religión como factores influyentes en el desarrollo de nuevas conductas en el ser humano y de como estas son de utilidad para el funcionamiento de una corrupta y putrefacta sociedad occidental. Sin llegar a ninguna conclusión cambiamos de tema alrededor de esa droga deliciosa y legal.

La conversación dio un giro cuando le interrogué hacia su destino en una tarde de martes. Sacó de lo más profundo de sus papeles una hoja ambarina y ya roída, la puso encima de la pequeña mesa de madera señalándola para que la tomara y la leyera; la hoja resultó ser una carta que mostraba lo siguiente:

Subyugado me encuentro ante la profunda tristeza que me embarga y la gran danza de pensamientos que me visitan entorpecen mi diaria actividad. Aunque cualquier poeta o intelectual podría sentirse agradecido por los sentimientos que acompañan no me he caracterizado por cultivar la palabra o la mente, la cual me he encargado de matar lentamente por medio de ese elixir dulce y delicioso que baña el agua de los ríos que atraviesan los campos contiguos solo con el fin de eludir sosegadas reflexiones sobre el pasado y el presente. Sin embargo soy capaz de percibir mi estado y al mirarme observo el vulnerable y frágil ser en el que me he convertido, incapaz de soportar la espontaneidad de los movimientos del tiempo; un tiempo por el cual transito absorto gracias a las pequeñas maravillas que sus estragos dejan. Vulnerable ante pequeños cambios, ante las suaves gotas de una lluvia que pacifica la gastada relación entre el inclemente tiempo y la triste humanidad habitante de esta zona, el escozor producido por el agua sobre mi rostro en estos momentos resulta insoportable. Vienen entonces a mi mente recuerdos de mis memorias infantiles, cuando la lluvia era parte fundamental de los pueriles juegos que solíamos tener mi hermano y yo. El lodo sobre mis zapatos que significó una oportunidad para dibujar sobre el áspero cemento que forma la calle es ahora una especie de castigo incómodo para el piso de mi casa.
Habiendo perdido ya toda esperanza de encontrar nuevamente la esperanza, así sea un atisbo de estabilidad, comenzó a aparecer el temor de perder el control sobre mi mente y sobre mi persona. La confianza que en algún instante deposité en un inexistente dios hoy se ha disipado completamente, y la energía que antes dedicaba a los ritos religiosos sintiéndome como un desconocido mientras los llevaba a cabo terminó siendo una carga para mi. Extraños pensamientos sobre la muerte y el temor que desde joven le profesé fueron produciendo movimientos internos en mi corriente mental que concluyeron luego de un tiempo en descubrir que ya no existía el miedo realmente, que los hombres debemos simplemente liberarnos de los amarres impuestos por el corrupto mundo que quiere utilizar nuestros temores para hacer parte de una maquinaria oxidada.
El día de hoy descubrí que no disfruto el trabajar la madera como antes, y dejo este documento como testimonio que no fue una ingestión accidental. Si el trabajo no es lo mismo, y no disfruto de las actividades restantes de mi torpe vida, he decidido ir al encuentro de algo más y terminar con el tedio del cual mi vida se ha llenado. Espero que la muerte me brinde algo de diversión. Alma de los metales ¡Ayúdame por favor a encontrar mi alma!
Cesar Pizarro

Al terminar de leerla no entendí el significado de la misma. Fue cuando me dijo que pertenecía a su difunto tío, muerto por una intoxicación con Arsénico a manera de suicidio. Los detalles que me fueron revelados acerca del sufrimiento que padeció durante los siguientes tres días y que precedieron a su muerte son tan aterradores que evitaré el recordarlos a toda costa, pues aún sufro los efectos de aquella situación que ha dejado mi vida en ruinas, a pesar que ahora trato de recomponerla.

Solicitó con ahínco mi compañía en el tributo que iba a rendirle a su pariente, convenciéndome de hacerlo por medio de un discurso majestuoso. Con solemnes movimientos que jamás olvidaré emprendimos camino a la necrópolis previamente mencionada. Su mirada se tornó evasiva y miraba con ojos curiosos las múltiples tumbas que ante nosotros se alzaban imponentes y desafiantes, mostrando a la Muerte invencible, poderosa e incontrolable.

Sin conocer con exactitud el punto al que marchabamos me dedicaba a seguir a Juan tratando de continuar alguna de nuestras conversaciones, mas su voz sufrió un cambio que no soy capaz de describir, se hizo más profunda y un poco agitada a pesar de la lenta velocidad con la cual nos movilizabamos.

Llegamos al lugar indicado cuando el dador de luz sobre el firmamento se ocultó favorablemente detrás de una nube, como si no quisiera ver lo que Juan tenía que hacer. Pero tan solo encendió un cigarrillo enfrente del mausoleo e hizo una plegaria a su dios. Al finalizar su rito dimos media vuelta y caminamos hasta la sala destinada al manejo de los cuerpos. Se sentó como si esperara a alguien y no pronunció ninguna palabra en los siguientes minutos. La desesperación de la incertidumbre se estaba apoderando de mi normalmente calmado e inalterable ser. Mi respiración se agitó hasta el punto en que el flujo del aire que expelía de mis pulmones levantaba las hojas secas que se encontraban sobre los azulejos del lugar. Ese episodio sumado al difícilmente comprensible comportamiento de mi amigo aumentaron los rasgos paranoides de mi personalidad y la duda y la sensación de un peligro inminente alertaba todos mis sentidos y mientras trataba de mantener la entereza y la estabilidad de mi mente mi joven amigo se encontraba mirando una esquina ensimismado en sus pensamientos.

En algún punto luego del transcurrir del tiempo -no sería capaz de medirlo de manera cuantitativa ya que con las emociones que experimentaba cada segundo se alargaba tal vez eternamente- Juan llamó al encargado del lugar y pidió lo suyo. Yo sin entender y al punto de perder la cordura trataba de alejar la locura con movimientos alternantes de un lado a otro de la sala, observando las acciones que se llevaban a cabo como testigo mudo e invisible.

El encargado del lugar fue a otra habitación mientras Juan me dijo que observara con atención lo que pronto sucedería, sus ojos de fuego penetraron lo más profundo de mi mente y permitiéndole asegurarse de alguna manera que mi mente grabara los más mínimos detalles la horrible escena que vendría a continuación.

El encargado regresó con un epitafio de piedra, el cual Juan analizó mirándolo de manera inquisitiva y luego de aprobarlo se recostó sobre el mesón metálico destinado a los cuerpos que llegaban allí en tiempos pasados para ser completamente examinados por parte de algún conocedor. Sorprendido ante esto mis ojos cayeron sobre los de Juan y fui capaz de ver su mirada vacía con dirección a la cubierta de la morada. Me encaminé hacia el epitafio de piedra y allí advertí con sorpresa algo que hasta ese momento no había comprendido.

Juan David Pizarro
“Padre ejemplar, Pastor amado”
Diciembre 4, 1978 – Julio 6 2000

¡La fecha de su muerte es de hace un año! ¡Un año Antes! Buscando respuestas traté de volcar mis preguntas sobre el encargado, quien me entregó un documento en el que se solicitaba la exhumación del cuerpo del Pastor Juan un año y un día después de haberlo sepultado, agregando además que un médico vendría a revisarlos. Volví sobre el cuerpo de mi amigo y encontré en su lugar los restos putrefactos de una momia desagradable con el rostro de Juan y el vaho de la muerte impregnó mi olfato y mis ropas.

Desconcertado y nervioso en mi cabeza retumbó la voz desgastada del encargado que me decía:
- ¿Para qué estaba necesitando este cuerpo?